Los
ingleses son conocidos por el fútbol, Gibraltar, Margaret Tatcher, los Beatles,
su asquerosa comida y su cerveza entre otras miles de cosas. Pero esto no tiene
absolutamente nada que ver con eso. Esto tiene que ver con los ingleses y la moto.
O más bien con los ingleses y su forma de vivir la moto. Pues al lío.
Corría el
año 98 y yo estaba viviendo en Birmingham, segunda ciudad en número de
habitantes de UK, famosa solamente por lo fea que es, por su industria y por su
equipo de fútbol, el Aston Villa.
Para
ponernos en contexto, tipo José Luis Garci en días de cine, decir que en esos
años Crivillé estaba peleando con Doohan por el mundial (hasta que se destrozó
la mano en Assen), quedando subcampeón ese año Max Biaggi.
También fue el año en
que Simon Crafar le metió en Silverstone casi 15 segundos al mismísimo Doohan
gracias a unos neumáticos Dunlop “mágicos”.
Y ese mismo año se corrió el GP de
Madrid en mi queridísimo Jarama. Harada, Rossi y Capirossi pelearon por el
mundial de dos y medio; y Kazuto Sakata se hace con el mundial de
“cientoveinticinco”.
Abandonamos
el “Continental Circus” de momento y volvemos al caso que nos ocupa. Tras una
serie de coincidencias y muchos fines de semana absurdos, consigo conocer a una
persona que conoce a dos personas más que les gustan las motos. Y nos presentan
(o introducen ya que estamos en Birmingham, utilicemos anglicismos).
Entonces empieza una “relación” motera
de verdad, auténtica. Conocí otras costumbres de vivir la moto y, sobre todo,
conocí que la pasión por la moto se puede mantener toda una vida. Con
altibajos, pero durante toda la vida.
Las dos
personas en cuestión eran un matrimonio de entre 40 y 45 años. Entre los dos
tenían más km encima que las Sanglas de la Guardia Civil. Me invitaron a
tomar un té una tarde (no os riáis, no es coña lo del té) y estuvimos cerca de
6 horas sin parar de hablar de motos, circuitos, pilotos, viajes a GP, viajes a
la Isla etc etc.
Pero no me
pasaron a su “templo”, al garaje, hasta la última hora de conversación. Allí
había una Honda Varadero nuevecita, una Suzuki RGV 400 y una Guzzi LeMans 850
muy bien mantenida. Por cierto, acababan de vender su Africa Twin para
cambiarla por la Varadero. El
tipo se ponía melancólico al hablar de la África, tanto que preferí cambiar de
tema y seguir alabando la RGV
400.
Conocí los
distintos gustos y preocupaciones del motero británico de aquella época, cosas
como su obsesión por la sal de la carretera y su efecto destructivo sobre los
cárteres. Cosas como la importancia que para ellos tenían las barras
protectoras de los carenados en determinados sitios porque en los Ferries se
golpeaban siempre en el mismo sitio. O el porqué de su amor por el Mundial de
SBK (Fogarty arrasaba en aquella época) y por los circuitos urbanos. Qué decir
de su capacidad para seguir disfrutando de la moto los días de lluvia…..no digo
“circulando” o “montando”, digo DISFRUTANDO.
Durante
nuestras largas conversaciones a lo largo de ese invierno conocí el “Mad
Sunday” de la Isla
de Man. Me lo explicaron con pelos y señales y, la verdad, deja los pelos de
punta. No sabía que los alemanes (sí, sí, los alemanes) estaban tan mal de la
cabeza, con la buena imagen que tenemos del motero teutón en España.
Personalmente
soy un enamorado de la Isla ,
pero entiendo que haya gente que piense que es una locura y blablabla….Mi
respuesta ahí es como el tema de los toros: “es muy difícil que un extranjero
entienda a un español con este tema”. La Isla de Man es una tradición, una cultura, una
forma de vivir. Que se lo pregunten a Burgaleta y a los chicos de La Moto …..
Igualmente
tuve la ocasión de compartir con ellos el Salón de Birmingham, donde me
presentaron a Niall Mackenzie, piloto escocés de la época. Un gran tipo que
TAMPOCO entendía que hacia un español por allí. Decía que me fuera a Jerez, que
era más bonito, más divertido y las chicas eran bastante más guapas.
En
definitiva, nada como salir y compartir el mundo de la moto con gente de fuera
para descubrir cosas nuevas que nos van a hacer seguir enganchados a esta
pasión.
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